miércoles, 17 de febrero de 2016

Adoración incómoda, crónica de una travesía maravillosa

(Salmos 34:1 - Salmos 40-3 - Hechos 16: 16-38)

Recuerdo estar sentado en el carro familiar, en el asiento de atrás, a mitad de viaje de Bogotá - Barranquilla, de por lo menos 18 horas, que serían 12 si maneja mi padre; a media noche a eso de las 11:30 pm, cuando, con mi mirada puesta al cielo, renunciaba a ser el copiloto y vigilante del largo recorrido. Solté mis manos de todo lo que me podría brindar cualquier tipo de seguridad, dejando a un lado el recuerdo de mi infancia, cuando en un giro, me salí por la puerta el carro y conocí la calle cara a cara, dando vueltas de 360 grados sobre ella. Sentí y decidí levantar un cántico nuevo (Salmos 40:3), como acción de gracias, por todo lo que había recibido días inmediatamente anteriores, en un congreso de adoración, en experiencias únicas con él.

A mi mente vinieron momentos de esos días, en Bogotá, cuando después de un largo viaje de ida (Bquilla - Bgtá) nos cambiaron los planes. Ya no tendríamos un Hotel - Spa 5 estrellas, ni se harían realidad los planes que nos hicimos al momento de llegar a ese lugar. Contrario a eso, visitamos un par de “hoteles”, que como alguien me del municipio de La Calera, donde dormiríamos 5 en una misma habitación, y la dijo no tenían estrellas, si no, luceros, y solo un par de ellos. Un pequeño hostal regadera estaba encima del “trono de urgencias”; viéndolo de un punto de vista nuestra constante búsqueda de comodidad e imagen pública.

Positivo, podríamos bañarnos sentados, pero no. Allí no nos quedamos. Después de visitar dos lugares más, que parecían “copia y pega” del anterior, nos recomendaron visitar un municipio cercano, a 20 minutos, el municipio de Sopó; y sin pensarlo mucho, tomamos rumbo hacia esa dirección, después de ya unas 5 horas “dando vueltas” literalmente, en tierra firme.

20 minutos más sentados... ya no sentía las piernas, y mucho menos la espalda. ¿Espalda? no sabía que era eso, en ese momento. Ya en camino, quizá, vimos los lugares más lujosos y costosos que se pudieran ver en todo el recorrido: mansiones, tomando su lugar y, al fin, un final feliz, y un buen comienzo. Conjuntos inmensos, fincas, paisajes irrepetibles y creímos que la historia iba mejorando.

Contrario a eso, encontramos un “pueblito” parecido al anterior, pero con tanto cansancio, y con el acelerador pegado al pie, decidimos buscar el sitio señalado por los residentes: “La gran mansión” wow, estaríamos allí, por 5 días viviendo como reyes, como creemos merecer. Llegamos al lugar, y, con los ojos cerrados reservamos el lugar: Una casa de familia, de dos pisos, con 30 habitaciones (estoy exagerando...), quizá no era el lugar que soñamos, quizá la piedra sobre la que dormimos, no era precisamente un diamante, quizá el rincón al que extrañamente le decían baño no era el más amplio, quizá que el armario fuese nuestra propia maleta, debajo de una cama no era la idea, quizá los ronquidos de los leones no era el sonido ambiente que esperábamos, pero en ese momento entendimos que no fuimos allí, realmente, por una habitación, por un baño, por un armario, o por algo tan material y pasajero como eso.

Fuimos allí a buscar más de lo que hemos recibido, a una nueva experiencia con el rey, fuimos a recibir diseños del cielo, para establecerlos en la tierra, a vivir en su sobre naturalidad y a entender nuestra asignación en la tierra, a alinearnos con el cielo, para que nuestro padre pueda descender, a hacer su voluntad, a tomar el lugar que le corresponde, y para brillar con su inmensa luz, a través de nosotros, tal cual, como con Pablo y Sila, cuando en Hechos 16: 16-38, haciendo la voluntad de Dios, fueron señalados, juzgados y hasta privados de la libertad, y aún allí levantaron un altar de oración, alabanza y adoración.

¿Te imaginas lo incómodo de una cárcel? Sea como las de hoy, en Colombia, donde duermen unos sobre otros, donde comen peor que los animales, donde las enfermedades son el menú del día, donde puede que estés durmiendo con la muerte, y no amanezcas. ¿Cómo sería en esa época, más de mil años atrás donde no existía la televisión, ni los iphone, donde ni luz eléctrica tenían, y estaban encerrados a oscuras, con calor, con frío y aún así, reconocieron su prioridad, dejando de lado las incomodidades, las injusticias, la frustración y ese lugar fue transformado, a tal punto que la tierra tembló, por la manifestación de los hijos del rey.

Así mismo sucede hoy. Dios está deseoso de actuar, pero somos nosotros mismos lo que le ponemos frenos, límites y trabas a su poder. Levantamos paredes para impedir que el gobierne, aún si saberlo. ¿Realmente necesitamos de un lugar aclimantado, con techo de madera, sillas de cuero, reclinomáticas, con el mejor sonido, luces led, vestidos y calzado de marca internacional, o un horario y un día específico para adorar a nuestro creador, o, seguir la melodía de alguien más?
¡Levanta un cántico nuevo, una nueva alabanza, un adoración pura y real que fluya desde lo más profundo de tu corazón! ¡Dios no está buscando sitios cómodos (Hola, soy Dios, ya me tienes el café Colombiano, recién cosechado, con dos cucharadas de azúcar morena y las 3 canciones rápidas y las dos lentas para yo entrar a actuar? ¿El público si está “arriba”? ¿Si vinieron las 2mil personas que caben en este lugar? ¿Están los músicos afinados?) ¡NO!

¡Nada puede impedir tu adoración! Ni una inflamación de amígdalas, ni un dolor de estómago, ni un dolor de cabeza, ni la irritación de tus ojos, ni un dolor de espalda, ni las ganas de vomitar, ni la bipolaridad.

¡No abras la puerta a la excusa que se levanta!
¡Dios te está buscando a ti, tu corazón, el sonido de tu adoración!


¡Una generación rendida a sus pies, y dispuesta a escuchar y obedecer su voz, para que el mundo sea transformado.

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